
(LP Pipo Pescador Canta a los Chicos y Familia – 1972 – RCA)
Mis compatriotas de cuarentaypico deben tener grabado en el chip de
su memoria cómo continúa la frase, y podrán visualizar,
con los ojos cerrados el larga duración de vinilo amarillo
que contenía entre otras canciones,
Tubutacaesunahamaca, la Marcha Antisopas, etc.
La del título es una canción de un artista argentino, que otrora se dedicaba al público infantil, Pipo Pescador.
Se trata de la “Canción del auto nuevo”, que todos conocemos como
“El Auto de Papá”:
Bueno, a los argentinos de a pie, viajar ya no nos resulta un placer, más bien, hay ocasiones en que debemos agradecer al Dios del Cielo, o a aquella figura depositaria de nuestra fe, que el viaje, que tuvo un comienzo, tenga el final previsto, esto es llegar a destino, y no terminar el trayecto arrastrados por un tren, o en un múltiple choque en una autovía o cualquier otra calamidad por el estilo.
Hoy tengo ganas de hablar de las condiciones en las que los fulanos de a pie, o sea los que no tenemos vehículo, estamos obligados a viajar.
Pues bien, “el viajar es un placer, que NO suele suceder…”
Trenes desvencijados, ómnibus interurbanos caros, colectivos locales también caros, todos ellos con pésimo servicio.
(Ahora ponemos tono de discurso de campaña política)
- Compatriotas porteños, sepan entender que existimos quienes no vivimos en la urbe mayor del país, sino en las afueras, anche en otras ciudades… ¡La Argentina también existe, más allá de las fronteras de la Capital Federal!
(aplauso cerrado del público)
LOCOMOTORA, ENSORDECÉME Y DECIME MARTA!!!
Todo esto viene a colación porque hace unos días tuve la malhadada idea de volver en tren desde la ciudad de Buenos Aires hasta mi amada La Plata, junto con mi hija. Fueron 56 kilómetros de suplicio por el ya mencionado estado de esa línea del ferrocarril, que funciona a diesel, cuando debería ser eléctrica, que da un servicio cada 30 minutos (los trenes eléctricos que parten de la misma estación cabecera, la de Constitución, con otros destinos, lo hacen cada 6 minutos), y que tiene unos horrorosos asientos “antivandálicos” de chapa, de los cuales uno
se resbala, y si es invierno, hay que poner cartón para sentarse, o arriesgarse a que se le congelen a uno las partes... pero todo sea para que los vándalos destructores no los rompan…
total, si a nosotros se nos rompen la espalda y el distrito en el que
aquella llega a su fin, no importa.
Por esas cosas del destino nos tocó ser compañeras de vagón de un señor que iba escuchando, por radio, un partido de fútbol. ¿Auriculares?
No.
¿La radio cerca del oído?
No.
La radio enganchada en la ventanilla, irradiando con toda
generosidad su espantoso éter.
Yo todavía no entiendo cómo ese aparato tannnnnnnnnnnn chiquitito, tenía semejante volumen. Como estábamos relativamente cerca de la máquina, el ruido atroz del motor, más el de las ruedas en las descuidadas vías, tapaba el relato deportivo, hasta llegar a la siguiente estación…
El ruido del tren era música celestial para mis oídos porque al llegar a
una estación, el volumen de la radio adquiría dimensiones diabólicas, mis nervios se iban tensando y mi gesto se iba crispando.
Le pedí, amablemente (juro que fui amable) al señor de la radio que bajara un poco el volumen. Y el cretino hizo lo que podía esperarse… bajó el volumen delante de mí, pero cuando yo volví a mi asiento, lo subió de nuevo. Otra gente se quejaba, pero nadie se levantó y fue donde este futbolero señor a pedirle que bajara el volumen.
Una rubia tarada: “Ay, me duele la cabeza por esa radio”
Yo (en voz alta, explicándole a mi hija): Es que si la gente no se queja, el señor no va a bajar el volumen… Si a la señora le duele la cabeza, la señora debería ir y decírselo… yo no puedo estar yendo y viniendo como una loca, como si sólo a mí me molestara”.
Otros pasajeros optaron por mudarse de asiento, e incluso, de vagón.
La cuestión es que los guardas del tren –el personal ferroviario que debe recorrerlo y garantizar para todos los pasajeros un FELIZ RETORNO A SUS HOGARES- no estaban identificados con sus uniformes, razón por la cual, obviamente, no me dí cuenta, cuando los ví,
que ERAN ELLOSSSSSS.
Existe un número telefónico para reportar situaciones delictivas en los trenes (los hipócritas lo llaman “Tren Alerta”, una maravilla de la creatividad publicitaria). Llamé, pregunté si estaban en contacto con los guardas, me dijeron que no, pero que cuál era mi problema. Expliqué, dí pelos y señales de nuestra ubicación y me aseguraron que alguien subiría al tren en la o las estaciones subsiguientes… cosa que para mi asombro sucedió. Un jovencito con uniforme de una empresa privada de seguridad llegó, observó al señor, puso atención a la radio
y se fue, presumo yo que en busca del guarda…
que jamás pasó por el vagón .
Resultado, tuvimos que aguantarnos la hora y media que dura el viaje, con el insoportable ruido del relato deportivo proveniente de una radio portátil a todo volumen, mientras esperábamos –inútilmente- que alguien hiciera algo.
Al llegar a La Plata, con mi mejor expresión de rinoceronte enfurecido, me fui a la oficina de los Guardas.
Allí me atendieron dos tipos que yo había visto en el tren… uno de campera de lana con rayas horizontales y otro con campera azul, ninguna identificación, gorra, naaaadaaaaaaaa.
su memoria cómo continúa la frase, y podrán visualizar,
con los ojos cerrados el larga duración de vinilo amarillo
que contenía entre otras canciones,
Tubutacaesunahamaca, la Marcha Antisopas, etc.
La del título es una canción de un artista argentino, que otrora se dedicaba al público infantil, Pipo Pescador.
Se trata de la “Canción del auto nuevo”, que todos conocemos como
“El Auto de Papá”:
El viajar es un placer,
Que nos suele suceder.
En el auto de papá,
Nos iremos a pasear
Vamos de paseo… pip, pip, pip
En un auto feo,
Pero no me importa,
Porque llevo torta…
Que nos suele suceder.
En el auto de papá,
Nos iremos a pasear
Vamos de paseo… pip, pip, pip
En un auto feo,
Pero no me importa,
Porque llevo torta…
Bueno, a los argentinos de a pie, viajar ya no nos resulta un placer, más bien, hay ocasiones en que debemos agradecer al Dios del Cielo, o a aquella figura depositaria de nuestra fe, que el viaje, que tuvo un comienzo, tenga el final previsto, esto es llegar a destino, y no terminar el trayecto arrastrados por un tren, o en un múltiple choque en una autovía o cualquier otra calamidad por el estilo.
Hoy tengo ganas de hablar de las condiciones en las que los fulanos de a pie, o sea los que no tenemos vehículo, estamos obligados a viajar.
Pues bien, “el viajar es un placer, que NO suele suceder…”
Trenes desvencijados, ómnibus interurbanos caros, colectivos locales también caros, todos ellos con pésimo servicio.
(Ahora ponemos tono de discurso de campaña política)
- Compatriotas porteños, sepan entender que existimos quienes no vivimos en la urbe mayor del país, sino en las afueras, anche en otras ciudades… ¡La Argentina también existe, más allá de las fronteras de la Capital Federal!
(aplauso cerrado del público)
LOCOMOTORA, ENSORDECÉME Y DECIME MARTA!!!
Todo esto viene a colación porque hace unos días tuve la malhadada idea de volver en tren desde la ciudad de Buenos Aires hasta mi amada La Plata, junto con mi hija. Fueron 56 kilómetros de suplicio por el ya mencionado estado de esa línea del ferrocarril, que funciona a diesel, cuando debería ser eléctrica, que da un servicio cada 30 minutos (los trenes eléctricos que parten de la misma estación cabecera, la de Constitución, con otros destinos, lo hacen cada 6 minutos), y que tiene unos horrorosos asientos “antivandálicos” de chapa, de los cuales uno
se resbala, y si es invierno, hay que poner cartón para sentarse, o arriesgarse a que se le congelen a uno las partes... pero todo sea para que los vándalos destructores no los rompan…
total, si a nosotros se nos rompen la espalda y el distrito en el que
aquella llega a su fin, no importa.
Por esas cosas del destino nos tocó ser compañeras de vagón de un señor que iba escuchando, por radio, un partido de fútbol. ¿Auriculares?
No.
¿La radio cerca del oído?
No.
La radio enganchada en la ventanilla, irradiando con toda
generosidad su espantoso éter.
Yo todavía no entiendo cómo ese aparato tannnnnnnnnnnn chiquitito, tenía semejante volumen. Como estábamos relativamente cerca de la máquina, el ruido atroz del motor, más el de las ruedas en las descuidadas vías, tapaba el relato deportivo, hasta llegar a la siguiente estación…
El ruido del tren era música celestial para mis oídos porque al llegar a
una estación, el volumen de la radio adquiría dimensiones diabólicas, mis nervios se iban tensando y mi gesto se iba crispando.
Le pedí, amablemente (juro que fui amable) al señor de la radio que bajara un poco el volumen. Y el cretino hizo lo que podía esperarse… bajó el volumen delante de mí, pero cuando yo volví a mi asiento, lo subió de nuevo. Otra gente se quejaba, pero nadie se levantó y fue donde este futbolero señor a pedirle que bajara el volumen.
Una rubia tarada: “Ay, me duele la cabeza por esa radio”
Yo (en voz alta, explicándole a mi hija): Es que si la gente no se queja, el señor no va a bajar el volumen… Si a la señora le duele la cabeza, la señora debería ir y decírselo… yo no puedo estar yendo y viniendo como una loca, como si sólo a mí me molestara”.
Otros pasajeros optaron por mudarse de asiento, e incluso, de vagón.
La cuestión es que los guardas del tren –el personal ferroviario que debe recorrerlo y garantizar para todos los pasajeros un FELIZ RETORNO A SUS HOGARES- no estaban identificados con sus uniformes, razón por la cual, obviamente, no me dí cuenta, cuando los ví,
que ERAN ELLOSSSSSS.
Existe un número telefónico para reportar situaciones delictivas en los trenes (los hipócritas lo llaman “Tren Alerta”, una maravilla de la creatividad publicitaria). Llamé, pregunté si estaban en contacto con los guardas, me dijeron que no, pero que cuál era mi problema. Expliqué, dí pelos y señales de nuestra ubicación y me aseguraron que alguien subiría al tren en la o las estaciones subsiguientes… cosa que para mi asombro sucedió. Un jovencito con uniforme de una empresa privada de seguridad llegó, observó al señor, puso atención a la radio
y se fue, presumo yo que en busca del guarda…
que jamás pasó por el vagón .
Resultado, tuvimos que aguantarnos la hora y media que dura el viaje, con el insoportable ruido del relato deportivo proveniente de una radio portátil a todo volumen, mientras esperábamos –inútilmente- que alguien hiciera algo.
Al llegar a La Plata, con mi mejor expresión de rinoceronte enfurecido, me fui a la oficina de los Guardas.
Allí me atendieron dos tipos que yo había visto en el tren… uno de campera de lana con rayas horizontales y otro con campera azul, ninguna identificación, gorra, naaaadaaaaaaaa.
Se produjo el siguiente dialoguete:
Los guardas, no importa cuál, ni en qué orden, en adelante LGNICNEQO:
Los guardas, no importa cuál, ni en qué orden, en adelante LGNICNEQO:
-Pasamos varias veces
Yo: Pero ¿cómo se supone que yo me dé cuenta de que ustedes son los guardas, si pasaron separados, uno con campera de lana y otro con una campera azul?
LGNICNEQO: esta es la campera del uniforme
Yo: esa es una campera azul sin identificación
LGNICNEQO: es que la empresa no nos da uniformes, y el logo se borra a la primera lavada
Yo: Y cómo se supone que yo me de cuenta?
LGNICNEQO: pero yo pasé
Yo: sí, de espaldas, a tranco largo, sin mirar a los pasajeros.
LGNICNEQO: Usted me tiene que llamar si tiene un problema
Yo: y cómo lo voy a llamar si no sé que usted es el guarda. Si usted no mira, yo no puedo hacerle una seña
LGNICNEQO: Usted se tiene que levantar y llamarme
Yo : ah, qué bien, ¿y si al lado tengo a un ladrón amenazándome, también me tengo que levantar para avisarle? Usted no miró.
Bueno, después de un diálogo absolutamente infértil, nos retiramos mi hija y yo, con ganas de tener un hacha en las manos para tirar el primer árbol que encontráramos. En todo caso, tuvieron suerte esos dos guardas estúpidos de que yo no tuviese a mano algún objeto contundente… más que la palabra.
Existen sitios en internet para quejarse por haber viajado mal:
www.viajecomoelorto.blogspot.com
www.viajecomoelorto.com.ar
Allí hay un petitorio para firmar, y muchas bonitas imágenes de cómo viajamos los argentinos de a pie, en el país del tren bala y del viaje a Japón por la estratósfera
N de la R:
“Viajé como el orto” quiere decir “viajé como el culo”,“viajé muy mal”.
Yo: Pero ¿cómo se supone que yo me dé cuenta de que ustedes son los guardas, si pasaron separados, uno con campera de lana y otro con una campera azul?
LGNICNEQO: esta es la campera del uniforme
Yo: esa es una campera azul sin identificación
LGNICNEQO: es que la empresa no nos da uniformes, y el logo se borra a la primera lavada
Yo: Y cómo se supone que yo me de cuenta?
LGNICNEQO: pero yo pasé
Yo: sí, de espaldas, a tranco largo, sin mirar a los pasajeros.
LGNICNEQO: Usted me tiene que llamar si tiene un problema
Yo: y cómo lo voy a llamar si no sé que usted es el guarda. Si usted no mira, yo no puedo hacerle una seña
LGNICNEQO: Usted se tiene que levantar y llamarme
Yo : ah, qué bien, ¿y si al lado tengo a un ladrón amenazándome, también me tengo que levantar para avisarle? Usted no miró.
Bueno, después de un diálogo absolutamente infértil, nos retiramos mi hija y yo, con ganas de tener un hacha en las manos para tirar el primer árbol que encontráramos. En todo caso, tuvieron suerte esos dos guardas estúpidos de que yo no tuviese a mano algún objeto contundente… más que la palabra.
Existen sitios en internet para quejarse por haber viajado mal:
www.viajecomoelorto.blogspot.com
www.viajecomoelorto.com.ar
Allí hay un petitorio para firmar, y muchas bonitas imágenes de cómo viajamos los argentinos de a pie, en el país del tren bala y del viaje a Japón por la estratósfera
(y mirá que nos mintieron y nos siguen mintiendo, eh?)
N de la R:
“Viajé como el orto” quiere decir “viajé como el culo”,“viajé muy mal”.