Se habla mucho de bueyes perdidos... pero poco de VACAS ENCONTRADAS. Quiero desde aquí, intentar ser el medio vaso lleno, en la plena conciencia de que el lenguaje es transmisor de ideología... No hay competencia, sólo complementariedad, porque son las diferencias las que nos enriquecen. El aporte, aquí, es la mirada femenina. Ojalá les guste. Y que eso pase antes de que las vacas vuelen.
"Seamos capaces de sentir la satisfacción moral de un acto de libertad."
(Rodolfo Walsh)
jueves, 17 de septiembre de 2009
ACLARANDO... porque si no aclaramos, oscurece
martes, 1 de septiembre de 2009
CAMINÓ
Caminó.
No demasiado lento ni demasiado rápido.
Pero lo hizo con conciencia de cada movimiento, propio y ajeno.
Caminó observando, sin perder detalle, aunque pareciera una niña absorta en sus pensamientos pre-adolescentes.
Quien la viera podría suponer que estaría pensando en algún ídolo musical, en algún protagonista de televisión o tal vez, en algún amor secreto (ay, Cristóbal… sí que eras lindo…).
Quien mirara directo a sus ojos, sabría que no encontraría luces de amor, ni sueños, ni fantasías.
Sus ojos glaucos escudriñaban, sí, pero más que al paisaje, a los visitantes de ese momento urbano.
Tenía doce años y ya había aprendido la crueldad humana en el capítulo más reciente –aún sin editar- de la historia nacional.
Sus ojitos no soñaban, tenían el peso de la tragedia no cabalmente comprendida. Palpable. Pero no comprendida.
Dicen que los ojos son los espejos del alma. Y que uno puede ver en los ojos de otra persona a quien realmente la habita.
¿Qué puede haber tan desolador como un par de púberes ojos transparentes, transparentando algún horror?
Porque no es el pavor irracional de un niñito asustado, no.
Ni el temor hecho carne en los ojos adustos de un mayor.
Es la expresión de quien acaba de descubrir que la maldad y la perversión existen, que causan efectos, que llegaron para quedarse.
Y que nada puede hacerse, porque todo entraña un riesgo.
-No hables de esto. Con nadie.
Ojitos tristes no pudo con el mandato materno, necesitó confiar sus horrores a su amiga del alma.
Y luego del alivio por sacar el oscuro secreto de dentro, la pavorosa sensación… “Ella” ahora sabe. ¿A quién le contaría?
Había que caminar mirando a los lados, hacia adelante pero con ojos en la nuca. Había que hacerlo sin levantar sospechas. Había que descubrir al perseguidor.
Ese, que se había llevado primero a su tío, luego a su tía, que había obligado a exiliarse a otros tíos y primos. El mismo que más tarde se llevaría a su papá. Y que en una orgiástica maratón terminaría matando de tristeza al abuelo Miguel.
Pocas cosas tan pesadas.
Yo todavía camino con esa mirada.