Caminó.
No demasiado lento ni demasiado rápido.
Pero lo hizo con conciencia de cada movimiento, propio y ajeno.
Caminó observando, sin perder detalle, aunque pareciera una niña absorta en sus pensamientos pre-adolescentes.
Quien la viera podría suponer que estaría pensando en algún ídolo musical, en algún protagonista de televisión o tal vez, en algún amor secreto (ay, Cristóbal… sí que eras lindo…).
Quien mirara directo a sus ojos, sabría que no encontraría luces de amor, ni sueños, ni fantasías.
Sus ojos glaucos escudriñaban, sí, pero más que al paisaje, a los visitantes de ese momento urbano.
Tenía doce años y ya había aprendido la crueldad humana en el capítulo más reciente –aún sin editar- de la historia nacional.
Sus ojitos no soñaban, tenían el peso de la tragedia no cabalmente comprendida. Palpable. Pero no comprendida.
Dicen que los ojos son los espejos del alma. Y que uno puede ver en los ojos de otra persona a quien realmente la habita.
¿Qué puede haber tan desolador como un par de púberes ojos transparentes, transparentando algún horror?
Porque no es el pavor irracional de un niñito asustado, no.
Ni el temor hecho carne en los ojos adustos de un mayor.
Es la expresión de quien acaba de descubrir que la maldad y la perversión existen, que causan efectos, que llegaron para quedarse.
Y que nada puede hacerse, porque todo entraña un riesgo.
-No hables de esto. Con nadie.
Ojitos tristes no pudo con el mandato materno, necesitó confiar sus horrores a su amiga del alma.
Y luego del alivio por sacar el oscuro secreto de dentro, la pavorosa sensación… “Ella” ahora sabe. ¿A quién le contaría?
Había que caminar mirando a los lados, hacia adelante pero con ojos en la nuca. Había que hacerlo sin levantar sospechas. Había que descubrir al perseguidor.
Ese, que se había llevado primero a su tío, luego a su tía, que había obligado a exiliarse a otros tíos y primos. El mismo que más tarde se llevaría a su papá. Y que en una orgiástica maratón terminaría matando de tristeza al abuelo Miguel.
Pocas cosas tan pesadas.
Yo todavía camino con esa mirada.
8 comentarios:
vaya, cuánto caminó .. y seguirá caminando, a aplaudirle y motivarle porque ella sabe caminar
besos maría bonita
Che Mago
No queda más que seguir caminando, pero sabe? A veces me gustaría no tener esa sombra en la mirada... aún en la lucha.
Un beso!
Vaquita loca!
Gracias... espero que tus cosas anden bien...
Besitosssssss
Encontré este blog y lo estoy conociendo, por lo que leí hasta ahora, quedé con ganas de recorrerlo y decirte que te admiro, cariños
Buenas María Marta, hace tiempo que no venía.
En serio creés que con mirar los ojos de una persona podés saber cómo es?
Me gustaría que pudieras leer los ojos de mi padre, luego los míos.
Bueno, quiero decirte también que, como salí bien en mis examenes iniciales, mi papá probablemente me lleve a conocer tu tierra.
SYD (saludo y despido)
Atentamente:
Jessie
CRIS
Bienvenida a la pradera... y gracias!
JESSIE bonitaaaaaaaaaa... así que vas a venir por estos lares????
Mis felicitaciones, niña!!!
Respecto de lo que decís sobre saber como es alguien con sólo mirarlo a los ojos, yo tengo una teoría.
Dicen que los ojos son los espejos del alma... Yo creo que con mirar profundamente, uno puede darse cuenta de cuánto hay de verdad y cuánto se oculta... Una mirada plena es la de alguien que se da, una mirada dura, esquiva, la de alguien que no puede o no quiere darse.
Y me gustaría mucho ver tus ojitos cuando vengas.
Un beso!
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